Cuando pensamos en disciplina, muchas veces nos vienen a la mente imágenes de castigos, gritos o consecuencias duras. Sin embargo, la disciplina —en su significado más profundo— no tiene que ver con controlar ni castigar, sino con enseñar, guiar y acompañar el aprendizaje de los niños para que desarrollen habilidades que les permitan convivir, autorregularse y tomar decisiones responsables.
La disciplina positiva es un enfoque educativo que se basa en el respeto mutuo, la conexión emocional y la firmeza sin violencia. Es una forma de criar que integra el amor con los límites, la empatía con la estructura, y que busca formar personas autónomas, empáticas y con sentido de comunidad.
Este artículo es una guía práctica para madres, padres y cuidadores que desean entender qué es realmente la disciplina positiva y cómo aplicarla en el día a día con sus hijos.
¿Qué es la disciplina positiva?
Es un enfoque educativo basado en la psicología individual de Alfred Adler y Rudolf Dreikurs, que fue adaptado y popularizado por Jane Nelsen. La disciplina positiva parte de la premisa de que todo comportamiento tiene un propósito y que los niños, como todos los seres humanos, necesitan sentirse conectados y valiosos.
No se trata de dejar hacer todo ni de imponer la voluntad del adulto, sino de encontrar un equilibrio entre firmeza y amabilidad.
Principios fundamentales:
- Conexión antes que corrección
- Respeto mutuo
- Enseñanza de habilidades para la vida
- Firmeza con amabilidad
- Enfoque en soluciones, no en castigos
- Comprensión de la causa detrás del comportamiento
¿Por qué evitar los castigos?
El castigo puede generar obediencia momentánea, pero no enseña autorregulación ni responsabilidad real. En muchos casos, genera resentimiento, miedo o sentimientos de inferioridad.
Consecuencias del castigo frecuente:
- Baja autoestima
- Pérdida de confianza en los adultos
- Mentiras para evitar represalias
- Rebeldía o sumisión extrema
- Dificultades para aprender de los errores
¿Qué propone la disciplina positiva?
1. Educar desde el respeto y la empatía
Los niños necesitan sentirse escuchados y comprendidos. La disciplina positiva invita a mirar más allá del comportamiento y a entender las necesidades no satisfechas que hay detrás.
2. Involucrar al niño en la búsqueda de soluciones
En lugar de imponer consecuencias, se puede invitar al niño a pensar juntos cómo reparar una situación o evitar que se repita.
Ejemplo:
“¿Qué crees que podrías hacer la próxima vez que te sientas tan enojado?”
3. Poner límites claros con amabilidad
Los límites son necesarios, pero no tienen por qué ser impuestos con dureza. Se pueden establecer de forma firme y respetuosa.
Frase útil:
“Entiendo que quieras seguir jugando, y ahora es momento de cenar. Puedes seguir mañana.”
4. Validar las emociones sin permitir conductas dañinas
Se puede acompañar el enojo, la tristeza o la frustración sin aceptar golpes, gritos o faltas de respeto.
Ejemplo:
“Está bien que estés enojado, pero no puedes pegar. Vamos a buscar otra forma de sacar eso que sientes.”
5. Usar consecuencias lógicas, no castigos arbitrarios
Las consecuencias deben estar relacionadas con la conducta, ser respetuosas, y permitir aprender.
Ejemplo:
Si no recoge sus juguetes, no puede usarlos al día siguiente. No se trata de castigar, sino de mostrar la relación entre acción y resultado.
Diferencias clave entre disciplina positiva y otros enfoques
Aspecto | Disciplina autoritaria | Disciplina permisiva | Disciplina positiva |
---|---|---|---|
Enfoque | Control | Dejar hacer | Enseñanza respetuosa |
Objetivo | Obediencia inmediata | Evitar conflictos | Aprendizaje a largo plazo |
Comunicación | Unidireccional | Ausente o laxa | Bidireccional y empática |
Rol del adulto | Figura de poder | Figura complaciente | Guía firme y conectada |
Consecuencias | Castigos | Inexistentes | Lógicas y reparadoras |
Herramientas prácticas de disciplina positiva
1. Tiempo fuera positivo
No se trata de enviar al niño a pensar solo, sino de crear un espacio de calma donde pueda regularse con el acompañamiento del adulto.
2. Reuniones familiares
Breves encuentros semanales donde todos pueden opinar, compartir inquietudes y buscar soluciones juntos.
3. Tablas de responsabilidades
Involucrar a los niños en tareas del hogar y seguimiento de hábitos, sin premios ni castigos, sino desde la colaboración y la autonomía.
4. Lenguaje positivo
Hablar desde lo que se espera en lugar de lo que no se quiere.
Ejemplo:
En lugar de “No grites”, decir: “Hablemos en voz baja para entendernos mejor”.
5. Reconocimiento del esfuerzo
Valorar los pequeños logros y progresos fortalece la motivación intrínseca.
Frase útil:
“Vi que intentaste resolverlo solo, ¡bien hecho!”
Cómo empezar a aplicar disciplina positiva
1. Cambiar la mirada
Entender que el mal comportamiento no es personal ni intencional, sino un intento de comunicar algo.
2. Regular primero tus propias emociones
Un adulto desregulado no puede enseñar autorregulación. Aprende a respirar, contar hasta diez o retirarte unos minutos si es necesario.
3. Observar patrones
¿Qué situaciones se repiten? ¿Qué necesita tu hijo y no puede expresar de otro modo?
4. Ser constante
No se trata de ser perfectos, sino de sostener con coherencia una forma de educar basada en el respeto y el vínculo.
5. Pedir ayuda si lo necesitas
A veces se requiere apoyo externo para transitar este cambio. Existen talleres, libros, acompañamientos profesionales y comunidades de crianza positiva.
Lo que toda madre y padre debería recordar
- El respeto no se gana con gritos, se construye con conexión
- Educar no es controlar, es acompañar
- Tu hijo no necesita padres perfectos, necesita adultos presentes y disponibles
- Cada error es una oportunidad para aprender
- El vínculo es más importante que tener la razón
Conclusión: educar con firmeza y cariño sí es posible
La disciplina positiva no es una moda ni una permisividad disfrazada. Es una forma consciente, amorosa y efectiva de criar seres humanos capaces de pensar, sentir y actuar con responsabilidad.
Implementarla requiere paciencia, autoconocimiento y práctica, pero los resultados se ven en la confianza mutua, la cooperación diaria y el desarrollo integral de nuestros hijos.
Porque al final del día, no se trata solo de que “se porten bien”, sino de ayudarles a convertirse en personas buenas, íntegras y felices.